viernes, 20 de septiembre de 2019

MANIFESTACIONES ARTÍSTICAS


Resulta que hay un hombre que es arte moderno. Su cometido consiste en acudir cada día al museo, subirse sobre una peana de un metro cúbico y pasarse ahí todo el día, hasta que el museo cierre. No es un artista, ni un actor, ni un comediante. Tampoco es exactamente un mimo, ni un malabarista, ni alguien que pertenezca al mundo del espectáculo y tenga algún talento. Nada de eso. Es alguien como tú o como yo, un hombre aparentemente sencillo que viste sin estridencias –unos vaqueros y un polo–, y, aunque parezca inverosímil, escenifica una vida normal en ese pequeño espacio, sin articular palabra.
     La primera vez que visité el museo me identifiqué con sus gestos. Eran las típicas acciones que podíamos realizar en la intimidad de nuestra casa: batir huevos, bostezar, mear, limpiarse la cara, leer… Pero cuando me acerqué más y me detuve junto a él fue como si mis pensamientos estuvieran flotando sobre mi cabeza y pudieran leerse como los bocadillos que dan voz a los personajes de un cómic, ya que, de repente, como si pudiera ojear los renglones de mi conciencia, contrajo su cuerpo y fue adoptando la forma de lo que, paralelamente, se ideaba en mi mente. Y eso me sorprendió, porque no trataba de mimetizar sencillos y recurrentes movimientos. Qué va, nada de eso. Iba mucho más allá: entró en mi psique y, con una flexibilidad inesperada y prodigiosa, escenificó lo que se fraguaba en mi imaginación. Y os puedo asegurar que no era algo insustancial o leve. Era una evocación repulsiva e irracional que a veces se manifestaba en mí como un miedo. No sé de qué manera supo captar esa abstracción mental y canalizarla a través de su cuerpo, retorciéndolo y enroscándolo como una serpiente. Pero el hombre, que no tendría más de cincuenta años, tras unos segundos convulsionándose, se quedó inmóvil, supurando un líquido lechoso entre sus pliegues. Se construyó una masa corpórea en el aire: la plasmación de mi estimulación cerebral y la precisión de su pose. Una maravilla que producía pánico, repeluzno y belleza a la vez; un nuevo tipo de monstruo.
     Luego pasé a la siguiente manifestación artística: un chicle pegado en la pared, enmarcado como un cuadro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario