Un
señor tamborilea con los dedos en la mesa de una cafetería mientras enhebra un
pensamiento. Está sentado junto a la ventana, embebido en la murria de la
tarde. Piensa en un terremoto, en un castigo divino. La ciudad le ahoga, le
frustra, y, señalándose la cabeza, se dice: «todo está aquí, en mi maldita
perola». Un desastre de esa magnitud acabaría con todo; lo más justo sería una
tormenta, piensa, un rayo que le cayera fulminante. En el cristal observa su
triste reflejo, los pliegues de sus párpados, capaces de sostener las hojas
caídas del sauce llorón de afuera.
Relato finalista en Wonderland el 04/03/2017
Relato finalista en Wonderland el 04/03/2017
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