lunes, 13 de mayo de 2019

VIERNES CREATIVO


Los Viernes Creativos de Ana Vidal son un buen gimnasio para mantener en forma el músculo de la imaginación. Pero os confesaré un secreto. Uno sabrá si realmente es creativo cuando contemple en el cielo la muerte simultánea de dos pájaros en pleno vuelo, o si un día revuelto y borrascoso es capaz de distinguir la forma concreta del viento. Si uno logra ver esto estará salvado y no conocerá jamás el aburrimiento.
Nada es invisible para los que proyectan su imaginario a partir de la nada. Todos los que son así, intuitivos y fantasiosos, conciben el silencio como una quietud opaca dotada de un sinfín de formas que cambian según la incidencia de la luz sobre sus pliegues traslúcidos.
Como os digo, los que tienen inventiva y sueñan con los ojos abiertos, estén estimulados por un Viernes Creativo o por cualquier otra iniciativa, siempre permanecen alerta a su entorno, a su cuerpo y a los objetos que les rodean. Dicen que en ello radica la magia.
El que os habla, un tipo con más cara que espalda, propenso a empinar el codo y a ponerse morado, ha visto como dos palomas sin vida caían del cielo un día soleado; también ha contemplado la singular forma de la muerte en el interior de una habitación lúgubre y oscura; y, por supuesto, las múltiples versiones que puede adoptar el viento. De todas, me quedo con su apariencia marina, la más inofensiva, por ser como una espuma de sal con miles de patitas ondulantes que acarician el rostro. Tiene muchos otros aspectos. Sin embargo, la mayoría de ellos dan mucho miedo. Igual que el marcado contorno que toma la muerte en los espacios íntimos por encerrar tinieblas. Reconozco haber sentido el pánico y el horror en las curiosas envolturas del viento. Pero uno aprende con el desasosiego porque para superarlo debe afrontarlo solo, sin la ayuda de nadie. La verdad es que, después de todo, ha valido la pena pasar por ese mal trago; me ha permitido conocerme un poco más y entender mejor este prodigio que tengo. Gracias a él he perdido el respeto a todo.
Por poneros un ejemplo. Cada mañana, cuando me levanto, voy directo al baño, levantó la tapa del váter y proyecto mi talento. Supongo que como todos. La diferencia está en que yo, conocedor de mi desenvoltura y mis habilidades, sujeto con suma delicadeza mi miembro amorcillado e inhiesto. Antes de que estalle mi vejiga, con la misma presión que pueda tener un sifón de taberna, dibujo sobre la blancura de la loza arabescos amarillos. Luego, cuando acabo, acciono el botón de la cisterna y nace una cascada brumosa; las Cataratas del Niágara, el espectáculo más bello del mundo. Mantengo los ojos bien abiertos y contemplo ante mí la maravilla. Sí. Ese espectáculo sencillo, parecido a una naturaleza indómita y brava. Pues se crea una ilusión fantástica, otro mundo. No me es preciso viajar. Para qué. Resulta más cómodo quedarse quieto y permanecer atento a la efervescencia, al choque de la micción contra las paredes níveas del inodoro y, si se da el caso, oler la fragancia úrica del pequeño lago ocre de agua estancada.
Ana, querida, sé que es una gran guarrada lo que digo, que soy indigno, un sinvergüenza, pero tengo que decirte que en mi retrete, en mi trono real, en mi acogedor cuarto de baño, ya sea viernes u otro día de la semana, nace un paisaje diseminado por la lluvia que mi cuerpo desecha, expulsándola a través de mi uretra, y todo queda salpicado con esa gracia divina que Dios me ha dado.

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