viernes, 22 de febrero de 2019

EL JARDÍN DE LOS SUICIDAS


La raíz de la mandrágora es medio humanoide; de ahí que lo parecido cure a lo parecido. Es falso que sea una planta tóxica; solo lo es si se arranca de malas maneras del lugar donde ha crecido. Vive en bosques sombríos, en lugares donde no da mucho el sol; de hecho, es una planta que prefiere la luz de la luna. El dolor que sienten cuando se las extirpa de la tierra es como si a un humano le cortaran las piernas de cuajo con un hacha. Hay que saber tratarlas.
      Tengo a una viviendo en casa. Le gustan mis cuidados, está a gusto. En mí ha encontrado la delicadeza que busca. De hecho, ni se enteró cuando la trasplanté de la vereda de un arroyo a mi apartamento. Estar con ella me produce efectos sedantes, analgésicos. Me ha curado de mi angustia crónica. Sus raíces crecen cada día y se bifurcan en largas piernas y brazos. Se enreda en mi cama ofreciéndome el abrigo que necesito. Es independiente, y, en este tiempo que lleva conmigo, ha alcanzado la fuerza, el don de la palabra e incluso la razón. Sin embargo, mis deseos se vuelven cada vez más peligrosos. El sueño, cuando estoy arropada por ella, me incita a conocer las variadas formas del suicidio. Conoce tantas y tan sugerentes que, cada vez que me siento abatida, la curiosidad me entra por los huesos como un agradable frío que me incita al atrevimiento.

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