miércoles, 13 de enero de 2016

MUNDOS

El ruido originado por una bombilla al explotar provocó la estampida en un distinguido restaurante del centro de París. El crítico gastronómico se quedó sentado, observando la frenética escena a través del humillo vaporoso que desprendía su plato. Un momento antes, el camarero retiró con aspavientos la tapa que lo cubría asegurándole que el aroma lo transportaría a otra dimensión. Junto a su mesa gateaba un niño extraviado de apenas dos años. No lloraba; le hablaba. Lo cogió y lo sentó en su regazo, pues oírlo crear su propio lenguaje para contar el mundo era lo que realmente le fascinaba.

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