martes, 3 de noviembre de 2015

ARTE INVISIBLE

   El Arte Invisible había llegado a los museos más importantes de nuestra geografía. Era una realidad artística que incentivaba la imaginación y no se cernía solamente en lo sensible a la hora de abordar experiencias estéticas.
  La veterana guía que se encargó en realizarnos la charla didáctica nos anunció entusiasmada que teníamos ante nosotros lo más parecido a un acto insuperable, sublime; y nos señaló el espacio vacío que había sobre el pedestal de madera situado en el centro de la sala. La obra en cuestión estaba custodiada bajo la atenta mirada de un vigilante, y adecuadamente acordonada para mantener la distancia de seguridad. La mayoría de los visitantes se sentían tentados en traspasar la línea con la mano para comprobar si realmente había algo encima.
   Ese día, me moví alrededor del supuesto elemento traslúcido, interesado por lo que podía acomodar aquella sencilla peana de contrachapado blanco. La observé desde arriba, desde abajo, al bies, de todos los puntos de vista posibles, y pensé que si un hueco transparente podía definir algo concreto, también podría encontrarse el haz de luz que marcara su contorno. Pensé que quizás debía adoptar una actitud más espiritual que corpórea ante aquella situación irracional.
     La guía nos soltó emocionada un proverbio árabe que sonaba a frase de azucarillo: «Si lo que vais a decir no es más bello que el silencio no lo digáis». Comparó su mensaje con la perfección y la belleza que debíamos percibir ante la aparente «nada» que seguía indicándonos. Me encogí de hombros y, con gesto displicente, me quité las gafas, di varios pasos alejándome del punto central y entorné los ojos para comprobar si desde una ubicación más alejada se veía lo esencial.
    De repente, algo cambió en aquel ambiente de expectación. Me rodeó un nimbo de luz amarilla y me sentí como flotando a un palmo del suelo. Mi visión sufrió una extraña alteración; advertía los lívidos grises de las sombras y pude contemplar como la sala se abocaba a la negrura de las tinieblas. De un fogonazo ahogado nació un gran ojo incandescente que fluctuaba sobre la enigmática plataforma, moldeándose en una forma concreta y reconocible en sí misma. Entonces, desde ese estado ultrasensorial en el que me hallaba, vi lo que debía ver. Y, puedo decir, no era de este mundo.   

1 comentario:

  1. Me encanta. Una lectura positiva de cierto tipo de arte no viene mal. Casi siempre atacamos lo que no comprendemos. Escribí algo similar en concepto (pero no en desarrollo ni en el final) una vez, sobre una novela que nada decía. Por si te da curiosidad http://suponqueesunacalandria.blogspot.com.es/2013/05/la-nada.html pero vamos, que no es autopropaganda jeje. Me gustó mucho tu texto, Sergi!

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