Un hombre cabizbajo está sentado en el vagón de un metro. Con
el tiempo, y sin darse cuenta, ha tejido en su cabeza una maraña de oscuridades.
Piensa que su relación con los demás ha cambiado, se ha vuelto fría y desdeñosa,
y experimenta el desprecio demasiadas veces. No sabe quién tiene la culpa, pero
el odio que siente podría impulsarle a cometer acciones insospechadas y
brutales. Durante el trayecto oye un aullido de hierros rechinando en su cabeza,
una voz metálica que le atosiga con la misma intensidad que su conciencia y le
propone otra forma de hacer las cosas, una alternativa más inspiradora para
salir de esa amargura. La solución es sencilla, pasa por tomar un folio y
redactar su testamento: todo lo que le diría a su mujer, a sus hijos y a cada
uno de los amigos. Es preciso que sea directo, intenso, e infiera verdad en sus
palabras. Luego debería citarse con cada uno de ellos y leerles la parte
correspondiente. Será emocionante, violento. Pensarán mil cosas. Sentirán compasión,
pena, la proximidad de lo inminente. La idea de muerte es la única maniobra que
puede cambiar el presente para que sus diferencias se vuelvan intrascendentes. Es
un recurso, una artimaña creativa que establecerá un nuevo panorama, una realidad
más alentadora para un individuo que utiliza su bajeza para sentirse más vivo.
lunes, 30 de diciembre de 2019
viernes, 6 de diciembre de 2019
LA URBE MALDITA
El bohemio errante que conduce un autobús-casa consigue
aparcar en la ciudad más bulliciosa e inquieta del mundo. Hace una parada obligatoria
porque necesita llenar de víveres el vehículo en el que viaja. Ya lo tiene
todo: comida y bebida, algunos medicamentos, productos de aseo y limpieza,
varias bombillas, herramientas para hacer algunas reparaciones, algunas
revistas y un par de libros. En el punto donde se encuentra estacionado, si contemplamos
la situación desde lo alto de un rascacielos, se aprecian miles de vehículos y personas que se
mueven como hormigas de un sitio a otro. En esta jungla de asfalto, edificios y
polución, el conductor espera el momento para asomar el morro del vehículo y salir
de la asfixiante inmovilización en la que se encuentra atrapado desde hace varios días. Pero es imposible salir de ahí. Cuando ve la oportunidad de
desencajarse de esa prisión en línea e intenta iniciar la maniobra que lo
incorporaría a la vía, pasa una retahíla infinita de brutales pirañas con
carrocería que no le dejan acceder al torrente que encarrilaría sus
viajes. El hombre, decidido a aliviar su desesperación, abre una botella de
vino y, antes de caer en la embriaguez, hace una sentida plegaria: «Dios mío, no
me condenes a la oscuridad de esta urbe ni a la vorágine de esta forma de vida,
ayúdame a encontrar un hueco entre estas perversas máquinas sin piedad. No soy digno de este caos. ¿Podrías parar el tiempo un instante? ».
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