sábado, 10 de febrero de 2018

LA ÚNICA VERDAD


La única verdad que decía era cuando llegaba a su domicilio. Pulsaba el botón del portero automático y, al oír la voz de su mujer preguntando quién era, decía: «soy yo». Con el frío en sus palabras y la mentira como bandera, se pasaba días fuera de casa. Adicto a las tinieblas, la delincuencia y a las tretas. No era un ejemplo de persona, de eso no cabía duda. Era un ser mezquino que no merecía vivir en una casa tan confortable como aquella; con todas las comodidades y una familia que, por fin, esa noche dejó de ser buena.

1 comentario:

  1. Con un personaje así hasta el más santo acaba por no serlo.
    Muy original, Sergi.
    Un abrazo

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